Pablo Rivero: “Los padres también podemos hacer ‘bullying’ para defender a los hijos”
El actor y escritor, que interpretó al legendario Toni Alcántara en ‘Cuéntame’, presenta ‘El rebaño’, su séptima novela de terror contemporáneo, en la que recrea un crimen en un colegio y sus implicaciones en pequeños y mayores


Quedamos a mediodía en uno de esos bares cuquis del barrio de Malasaña de Madrid (en el que ha vivido muchos años, pero que ya no frecuenta tanto) sin caer en que, a esa hora estaría atestado y sería imposible mantener una conversación discreta. Así que nos vamos y, buscando un sitio más tranquilo, damos con otro local, enorme y casi vacío que, antes, me explica, era un centro de ocio de personas mayores y ahora acoge a un restaurante de esos orgánicos y sostenibles en los que no hay refrescos de cola, pero sí zumos de grifo a granel presuntamente naturales. Pura historia reciente, convenimos ambos. De cerca, Pablo Rivero, el hijo mayor de Antonio y Mercedes en la serie Cuéntame cómo pasó, resulta un tipo extremadamente amable y cauto que, como su personaje, que era periodista, y él mismo, licenciado en Comunicación Audiovisual, está al cabo de la calle.
Escribe un libro al año, estrena película y está de gira con una obra de teatro. ¿Le da la vida?
Me da. Me siento muy privilegiado de poder hacerlo: lo valoro y lo disfruto. Tuve un punto de inflexión cuando fui padre, hace siete años: antes era muy nocturno y no aprovechaba las mañanas. He pasado años durmiendo cinco horas. Ahora me levanto muy pronto y escribo. Como también he dejado el ejercicio, ahora me da tiempo a todo: hasta a tener ocio con mi familia.
Dice que ha dejado el ejercicio como quien deja un vicio.
Bueno, ahora lo estoy retomando, porque creo que los extremos no son buenos. Pero, sí. Tuve una etapa en la que hacía mucho, me puse muy fuerte y entré en esa dinámica de que nunca te gustas. Ahora nado mucho, pero no como algo asociado a la imagen, sino para estar sano y con energía.
¿Cayó en la vigorexia?
Bueno, un poco sí. Tuve una etapa en la que, además, me lo pedían en los rodajes. En distintos trabajos tuve que adelgazar, engordar, cambié de peso en poco tiempo y entré un poco en esa obsesión de la perfección física. A los chicos también nos escriben secuencias saliendo de la ducha y nos evalúan y nos puntúan, a veces sin que el personaje lo necesite. En los últimos años de Cuéntame hacía de padre: con su barriguita y tal, que entonces la tenía, pero, al hacer otras cosas, tuve que ponerme a tono.
Ningún actor varón me había dicho antes esto.
Bueno, pues mienten, o se lo callan. Ahora ya no siento esa presión porque tengo otra edad [44 años] pero, en determinadas etapas, compites por una serie de personajes y de papeles en los que te miran con lupa. Tú fíjate en cómo está la ficción en las plataformas y mira cómo están los actores protagonistas. Vale que no todos sean los guapos de estereotipo, pero mira qué cuerpos tienen. Si el actor es bueno y además está buenísimo vende más, y al final es todo imagen. Lo terrible es que muchas veces es todo sexo, aunque queramos jugar a lo contrario. Al final, los productores se tienen que enamorar para escogerte, y, no en todos los proyectos, pero hay algo implícito en que, si estás bueno, tienes más opciones.
Actor veterano y escritor con ventas respetables. ¿Eso cómo se consigue?
Bueno, tengo la suerte de que mis dos trabajos, actuar y escribir, son mis dos sueños de infancia. Mis juegos eran inventarme historias, interpretarlas y desarrollarlas. Como escritor, tengo mil historias en la recámara y no me quiero morir sin contarlas.
¿Ahí está el pulso narrador del periodista que quiso ser?
Lo gracioso es que yo empecé Periodismo y luego me fui a Comunicación Audiovisual porque quería huir de la realidad. Odiaba los teletipos, las noticias, la política, las guerras. Y, además, no me gustaba estar delante de la cámara si no era con un personaje. Así que salí echando leches, pero mi madre me dijo que aguantara, que todo sirve; y, al final, eso me ha servido para saber qué quiero contar, cómo, para qué, para quién. Me sirven las técnicas periodísticas en ambos oficios. Como actor, no tengo ningún problema en ser disciplinado y en ser utilizado por los directores para lo que quieran contar. Pero, con los libros, soy el dueño de lo que cuento. Y eso lo disfruto muchísimo.
Sus libros van de terror realista. En El rebaño habla de un crimen en un colegio. ¿No se inventa nada?
La realidad es mucho más terrorífica que los relatos de espíritus o las ficciones gore. Normalmente, cuando suceden los hechos más escabrosos, el culpable está alrededor. Lo más terrorífico es que el lobo puede estar en el rebaño, camuflado y conviviendo con las ovejas. El lobo puedes ser tú mismo, o tu hijo, y que tú o tu hijo no lo sepáis. Eso me parece muy inquietante. Me fascina eso de que, cuando sucede un crimen, nadie sabía nada. Claro que se sabía, o no, y eso es lo que intento descifrar en mis novelas.
¿El infierno está en las casas?
Por supuesto; si no, no sucederían según qué cosas. Una vez, documentándome para un libro, un amigo me comentó que su novio, que trabajaba en un centro de reforma de menores, le contó el caso de un chaval de 14 años que estaba interno por violar a su hermana y que, cuando tenía visitas vis a vis, los propios padres le llevaban a la hermana. Eso es el infierno.
Su libro sale poco después del crimen de los menores de Badajoz que mataron a su cuidadora y a la vez que triunfa la serie Adolescencia sobre un menor asesino. ¿Casualidad o trabajo?
Bueno, el libro lo llevo escribiendo hace un año. Pero, sí, supongo que me llaman la atención cosas que observo alrededor, que están en el aire, o que me pasan y no me puedo quitar de la cabeza. En este caso, fue un episodio personal en el chat de padres del colegio que me hizo pensar en que, quizá, sobreprotegemos demasiado a nuestros hijos.

Su hijo tiene siete años. ¿Qué tipo de padre es usted: helicóptero, dron, híbrido?
Trato de ser un padre muy presente, soy megaduro con las pantallas y las redes: cero móviles, cero Ipads, todo lo que se pueda hacer con la mano, lo hace, ya tendrá tiempo para lo demás. Pero ni mi hijo ni yo vivimos aislados, y claro que podemos tener contradicciones. En los libros me gusta ponerme, y poner al lector, frente al espejo. Aunque es novela negra y llevo las cosas al extremo, recreo situaciones en las que yo también me puedo ver reflejado, lo que pasa es que reconocerlo es duro. No doy lecciones a nadie, ni dicto sentencias, pero sé de algunos padres amigos a los que no les ha sentado bien leer según qué cosas.
¿Entre sus padres en Cuéntame cómo pasó y los padres de ahora hay una brecha o un abismo?
Hay un concepto que me aterra y es que, en la época de Cuéntame los padres se preocupaban de a qué hora llegabas a casa porque no sabían qué hacías y con quién te juntabas fuera. Ahora, el problema es que el enemigo está en casa, porque tu niño puede estar en su cuarto y puede estar chateando con un pederasta, o le pueden estar haciendo bullyng, o acosando él mismo a otros.
Pero, ¿los malos no eran siempre los hijos de los otros?
Eso también lo trato en el libro. Como sociedad pocas veces nos ponemos en ese caso. No somos empáticos: sentenciamos y juzgamos. Pero también hay padres abusadores y padres de niños culpables. Me interesaba hablar del bullying de los mayores: el que los padres le podemos hacer a los profesores, entre nosotros, o a los hijos de los demás cuando les tocan un pelo a los nuestros. Los padres también hacemos bullying para defender a los hijos.
A veces parece que los nuevos padres se creen Adán o Eva. ¿Es su caso?
Creo que es algo difícil e inevitable. En el libro hablo de una abuela cuya hija le dice que está agobiadísima con la crianza y la educación de su única hija, y ella le responde que crio a tres y no lo habría hecho tan mal. Creo que los padres de ahora podemos ser sobreprotectores, y también porque estamos sobreinformados: las redes, los educadores infantiles, los psicólogos. Ese exceso puede tener que ver con esa sobreinformación de querer hacer las cosas tan bien que al final estamos intentando ser los padres que nos han impuesto que seamos: todo lo opuesto a lo que nosotros hemos vivido, intentando vivir en una utopía. Y, hombre, nunca está de más estar atentos, porque, por suerte, las cosas cambian y hay temas recurrentes, como la salud mental o el físico, quitarles esa presión a los chavales, pero el peligro de pasarse es crear tiranos de cinco años.
En 2020 publicó una foto visibilizando su modelo de familia: una pareja de hombres con un niño. ¿Ha sufrido bullying por ello?
¿Sabes qué pasa? Odio hablar de este tema. Ni he tenido ni he salido nunca de ningún armario porque siempre he hecho mi vida con toda honestidad y naturalidad, y no hablo de ello, igual que no hablo de mis padres, o de mis tíos, o de mis perros, o de mis amigos. No tengo que justificarme ante nadie. Hago las cosas lo mejor que puedo y no he hecho nada ilegal. Pero sí, sobre lo que preguntas: alguna compañera de trabajo me dejó de hablar, entiendo que cada uno tenga su opinión.
Hemos hablado mucho de escritura, pero ¿tiene mono de actor?
La verdad es que sí. Pero he aprendido a ser justo conmigo mismo. Siempre nos estamos quejando. Hay temporadas en las que he pensado que no estaba en el sitio que me correspondía y que estaba muy parado, pero he sido afortunado, he ahorrado y, además, tengo otra profesión, porque la literatura es también mi oficio. Y que alguien elija mi libro me sigue pareciendo un milagro.
CONTADOR DE HISTORIAS
Así le gusta autodefinirse a Pablo Rivero (Madrid, 44 años), aunando sus dos "profesiones": la de actor y la de escritor. Rivero, el popular Toni Alcántara en la serie Cuéntame cómo pasó, debutó en 2017 como autor de novelas negras con No volveré a tener miedo, una obra ambientada en los años noventa en la que, ya entonces, abordaba temas que le obsesionan. Ahora, además de su película La huella del mal y la continuación de la gira de la obra de teatro Cortázar en juego, presenta El rebaño, la séptima de sus obras autógrafas. Tiene un contrato editorial para escribir, al menos, otras dos. Historias le sobran, afirma.
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